La educación en la época colonial y en los primeros años de la independencia fue de tipo confesional. El clero era el encargado de proporcionar educación, debido a la necesidad de catequizar y con un enfoque propio para que los individuos se prepararan para las ocupaciones necesarias en aquella época. Muchos de ellos habían recibido el adiestramiento sacerdotal en el que se señalaban las "normas" que debían reunirse para dedicarse al noble arte de enseñar a leer y escribir. De ahí deriva, precisamente la denominación de escuela normal que, posteriormente, se asignará a las instituciones formadores de docentes con carácter laico (Balboa, 1987).
Muchos de esos educadores religiosos fueron más allá de la enseñanza escolar de la época, propiamente dicha, al incorporar la enseñanza de oficios, artesanías y atender a las solicitudes y necesidades de los pueblos indígenas, convirtiéndose en sus protectores.
Es en la época de la reforma, cuando aparece la escuela pública, propiamente dicha, sostenida por el gobierno mexicano. Había claridad en la necesidad de formar a los docentes para la educación proporcionada por el Estado (González, 1999), en cuanto a enviar y asegurar una formación y un mensaje homogéneo, que hiciera contrapeso a la educación que la iglesia proporcionaba (Tanck, 1977). Aparece así la visión de los docentes como propagadores y reproductores del mensaje de las clases dominantes, aunque esto se comprende y explica muchos años después, cuando aparecen teorías de los sociólogos actuales como Bourdieu, y Passeron, entre otros.
Desde 1822, habían iniciado, en todo el país, las labores de la Compañía Lancasteriana, por lo que en 1823 se fundó la primera Normal para formar profesores con ese sistema, en la ciudad de México, misma que funcionó hasta 1890.
Es en 1833, cuando Don Valentín Gómez Farías crea la Dirección General de Instrucción Pública. Esto conduce a que aparezca la obligación de pagar a docentes que cumplan con las tareas de instrucción. No se requería de formación específica, asunto que se refuerza en 1857, cuando en el artículo 3o. de la Constitución se establece "la enseñanza es libre. La ley determinará qué profesiones necesitan título para su ejercicio".
Con base en ello, implícitamente, se establece que la docencia no es una profesión y la relega a ser una ocupación en la que lo mismo se puede tener formación específica y un título para ejercerla, así como carecer de cualquier documento y preparación pedagógica y trabajar como docente sin ningún problema. Esta condición de la docencia la sella hasta nuestros días.
En fin, los profesores cumplían con su misión asignada en medio de condiciones materiales muy difíciles y con nulo apoyo de la familia, pues la educación no figuraba como ideal o propósito para la mayoría de los mexicanos.
En la época de Porfirio Díaz, una muy precaria organización del Estado mexicano, intentaba llevar educación a la mayor cantidad de poblaciones en todo el territorio nacional. Tanto la administración como los escasos profesores que habían asistido a una escuela normal, comprendían la necesidad de seguirse preparando, de formar a otros y de discutir y proponer acerca de los asuntos educativos más importantes para la época.
Es cuando se dan la mayoría de los congresos pedagógicos y de higiene y se crean la mayor parte de las escuelas normales en los estados. Todas esas instituciones son fáciles de identificar pues ya cumplieron y festejaron más de 100 años de existencia y, un buen número de ellas han sido declaradas "Beneméritas". "Para 1887, ya había en el país un poco más de 20 escuelas normales urbanas en los estados" (Balboa, 1998).
Los profesores trabajaban con entusiasmo aún cuando ni siquiera percibían un salario suficiente y se les pagaba con meses de retraso. De 1905 a 1917, funcionó la primera "Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes", la que fue suprimida por don Venustiano Carranza para hacer pasar la responsabilidad de la educación a los ayuntamientos. Los docentes de la escuela pública no tienen más remedio que depender de un patrón u otro.
Pero quizá la etapa más distintiva de la educación mexicana y en la que se puede abundar sobre el papel que juegan los profesores es en la llamada escuela rural, después de la Revolución Mexicana.
En junio de 1911, el Dr. Francisco Vázquez Gómez crea "la escuela rudimentaria, que sirve de base a la posterior escuela rural mexicana" (Balboa, 1998).
Según los planteamientos y propuestas de Rafael Ramírez, la escuela debería ser el centro de las actividades y el corazón que diera vida a las poblaciones. Su nombre genérico era "La casa del pueblo", proveniente de las escuelas rudimentarias, así llamadas también. La educación debería llegar al campo y para lograrlo, ante la falta de suficientes maestros preparados y egresados de las normales, se contrataba en la misma población o en alguna cercana a cualquier persona que supiera leer y escribir y tuviera los rudimentos de la aritmética. La estrategia consistía en apoyarlos con las misiones rurales, que deambulaban por las poblaciones y rancherías apoyando a las tareas de los profesores y a su formación, organizando reuniones y jornadas pedagógicas para proporcionar e intercambiar conocimientos y experiencias.
Quizá es importante mencionar a otro tipo de docentes: los educadores comunitarios que trabajan en las Misiones Culturales. En 1923, José Vasconcelos había aprobado el plan de esas Misiones y para 1926 se crea la Dirección de Misiones Culturales.
Aunque originalmente su trabajo consistía en buscar, apoyar y preparar a los maestros en las comunidades rurales, estimulándolos para que se actualizaran constantemente, de manera prioritaria; van derivando poco a poco hacia la educación y desarrollo comunitario. Su presencia en la escuela aporta a la docencia los enfoques del educador social y del misionero que lleva el saber a todos los pueblos.
En esa época, el profesor participaba de casi todas las actividades de la comunidad, pues aparte de que era uno de los pocos que sabía leer y escribir y tenía una mediana idea de lo que pasaba en el resto del país, también se veía obligado a vivir ahí. Se trabajaba con los analfabetas adultos, se preparaba a la población, con técnicas y conocimientos acordes a la época y a los lugares, para que realizaran sus actividades agropecuarias. Se enseñaban los rudimentos de higiene suficientes para cuidar la salud y se enseñaba a las mujeres el bordado y el tejido. Todo esto sucedía una vez que las misiones se habían ido de la población, pero dejaban establecidas las tareas por atender. Y así, quedaba el maestro solo para hacer todo lo que pudiera.
Los gobiernos trataron de apoyar y fomentar la educación rural de diferentes maneras. Una de ellas consistió en atender la formación de docentes. En 1925, se hace la fusión de las escuelas normales existentes en el Distrito Federal, para formar la Escuela Nacional de Maestros. En 1926, se crean 5 escuelas normales rurales. En el año de 1933, se creó el Departamento de Enseñanza Agrícola y Normal Rural. Para 1940, ya se habían creado 33 normales rurales. Varias de esas escuelas funcionaban en la modalidad de Escuelas Regionales Campesinas en las que se preparaban técnicos agrícolas y maestros rurales a la vez.
Un momento muy doloroso y difícil para muchos de los profesores es la época en la que Lázaro Cárdenas decreta que la educación, además de laica, será socialista. Muchos profesores encendidos de fervor patrio tratan de llevar al pie de la letra o hasta las últimas consecuencias el mandato de la educación socialista. Sus impulsores no lograban entender que un solo factor de la sociedad cambiaba hacia el socialismo, en medio de condiciones de un capitalismo naciente en todos los demás espacios, con los avances y desigualdades de la revolución industrial.
A una gran cantidad de profesores les llegó el martirio. Los golpeaban, les cortaban las orejas y algunos murieron. Hay una deuda pendiente con todos esos mártires a quienes se les recuerda en el anonimato y para quienes no hay ceremonias de beatificación ni monumentos que les recuerden en especial. Su falta mayor fue tratar de llevar a la práctica el mandato oficial como buenos soldados de la educación. Esta fue otra visión de la docencia que se acumuló sobre las previas.
Al término de la gestión presidencial del General Lázaro Cárdenas del Río, llega a la presidencia otro general: don Manuel Ávila Camacho. Con él cambian muchas de las disposiciones que sus predecesores habían dejado en relación con la educación.
El país empezaba a cambiar. La paz duradera permitía cierto tipo de progreso. La población empezaba a moverse lentamente hacia las ciudades. Aunque por esos tiempos, los ciudadanos mexicanos vivían principalmente en poblaciones rurales en una proporción mayor al 70%. Se empezaba a dar el servicio de educación media básica en las ciudades más importantes de cada entidad federativa.
Los maestros trabajan en la mayoría de los casos para el gobierno federal. Aunque existían también los incipientes sistemas educativos en los estados y algunos otros pocos en los municipios. Había escuelas primarias urbanas y rurales. En las primeras se empezó a instituir el horario continuo, ante la falta de aulas para atender la población, por lo que se hicieron los turnos matutino y vespertino.
Las escuelas rurales trabajaban con un horario discontinuo. De las 9 de la mañana hasta las 13 horas y de las 15 hasta las 17, 17:30 ó 18 horas, según fuese la exigencia en cada lugar. La mañana se ocupaba principalmente en las que se consideraban las materias principales: Español, Aritmética, Biología, Zoología, Higiene y Anatomía. No existían los libros de texto gratuito y en las escuelas había por lo menos algunas enciclopedias. Las tardes se dedicaban a deportes, labores domésticas, para que las niñas aprendieran a coser, bordar y tejer a mano, mientras que los niños hacían trabajos manuales con materiales de la localidad. Se trabajaba el dibujo y se aprovechaba para hacer los relativos a los aparatos y sistemas del cuerpo humano, así como los mapas necesarios; también se elaboraban hamacas, tapetes y lo que se pudiera.
Los profesores le buscaban a trabajar con "Centros de Interés", en los intentos de aquella época por realizar una enseñanza globalizada. Se extendían algunas ideas pedagógicas basadas en Dewey, Kilpatrick y otros contemporáneos. Así, los maestros enseñaban y cooperaban en campañas para atender problemas sociales vigentes. Tal fue el caso de la Campaña Nacional para la Erradicación del Paludismo (CNEP), mal que aquejaba en pandemia a la población mexicana.
Los profesores y los niños, para ese caso, trabajaban en centros de interés aprendiendo sobre el plasmodium vivax, el falciparum y el mosquito anópheles. Se reforzaba la visión del docente como educador social y promotor de servicios asistenciales. En las ciudades se pedía que cada niño comprara su propia enciclopedia escolar y libros de lectura, que ya producían las editoriales, para cada grado.
La creación del Instituto Federal para la Capacitación del Magisterio, la más grande normal que ha existido, con estudios a distancia, aporta la posibilidad de que se terminen sus estudios y se gradúen como profesores de educación primaria, muchos de los profesores que habían sido contratados con escolaridad de primaria y secundaria. Aparece el profesor que estudia en sus vacaciones y tiempos libres. Visión que se retoma con las Licenciaturas en Educación creadas en 1975 y retomadas y reformadas por la Universidad Pedagógica Nacional en los años ’80.
Los profesores eran los encargados de las conmemoraciones cívicas y de preparar los desfiles en la comunidad. Cuando se aproximaban las fechas a celebrar, se hacían los preparativos pertinentes, se ensayaban los bailables, se preparaban las declamaciones y se salía a las calles a practicar que los niños avanzaran formados sin descomponer las filas.
Llegado el día, toda la escuela, desde el primero hasta el 6º grado, junto con todos los maestros, desfilaba por las calles de la población. En las ciudades cada escuela, sin faltar una sola, tomaba el lugar que le correspondía. Se planteaba la visión del docente como formador de la ciudadanía y del espíritu patrio, junto con la vigilancia del cumplimiento en las obligaciones cívicas.
La entrada en vigor del Plan de 11 Años, con el que se pretendió ampliar la cobertura y abatir el rezago en la atención educativa de la población, se ampliaron los programas de formación para la docencia, hubo cambios en los programas de educación e hicieron su aparición los textos gratuitos. Los libros con la representación de la patria en la portada, obra de Camarena, se volvieron los compañeros inseparables de docentes y discentes. En ellos se hablaba ahora del conocimiento del medio físico y los recursos naturales, de la educación para la salud y el vigor físico y de otras cosas que englobaban lo que anteriormente eran las materias.
A pesar de ser un buen apoyo, el texto se empezó a convertir en el libro a llenar, a terminar para hacer un buen papel el fin de año. Mientras que sin libros el maestro tomaba iniciativas acerca de lo que se podía enseñar y particularmente de cómo hacerlo, de pronto el libro se vuelve el instrumento que rutiniza y hace un tanto automática la tarea de preparar y conducir la enseñanza. Se oye a los maestros que empiezan a preguntar al iniciar cada clase: "¿en qué página nos quedamos?, ¿cuál lectura nos toca?
Aparece así el papel del docente que sólo operativiza y pone en práctica los programas elaborados por otros con actividades y ejercicios que no son de su autoría intelectual.
Esta visión se refuerza con la reforma de planes y programas siguiente. Ahora los textos incorporan objetivos generales, particulares y específicos. Los diseñadores pretenden apoyar de la mejor manera a los docentes, pero éstos, no reciben la información y capacitación necesaria y tratan de aplicar e instrumentar como mejor lo entienden aquello que está en los textos y que a veces resulta incomprensible. La planeación de las actividades diarias o semanales pasa a ser la simple transcripción de lo que ya viene señalado en el texto.
Las condiciones salariales y laborales eran de lo más ingratas. Con suerte, se lograba que de $ 818.00 pesos mensuales que se ganaban en 1961, se pasara en 1963 a $ 875.00, al año siguiente a $ 925.00. Para 1979 se había logrado un salario mensual de $ 1,425.00. Se aumentaban, además, alrededor de $ 50.00, por cada quinquenio. No había oportunidades para estudiar otra cosa, hasta que se dan los cursos de verano en las normales superiores, que llevaban al maestro a abandonar la escuela primaria y buscar mejores horizontes en secundarias.
Se podía ser maestro de grupo toda la vida profesional. Unos cuantos, a lo largo de muchos años, llegarían a ser directores de escuela con nombramiento. De ellos, un número reducidísimo y casi nunca con menos de 25 años de servicio, llegaban a ser Inspectores. En fin que el panorama de trabajo no era muy atractivo que digamos.
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